En esta entrada voy a hablar de Pamukkale, en Turquía. Llegamos allí el pasado día 13 de Julio por la noche y lo visitamos al día siguiente. Pamukkale quiere decir Castillo de Algodón. La naturaleza convertida en hábil arquitecto, sobre un acantilado fluvial de más de doscientos metros de altitud, se eleva este grandioso decorado surrealista que no encuentra otro igual en todo el mundo. Desde lejos, Pamukkale da la impresión de una montaña completamente nevada, pero en realidad es una colina llena de series escalonadas de cataratas fosilizadas, en constante ebullición, vivas y cristalinas. Si nos acercamos, el paisaje adquiere la dimensión de un fantástico jardín acuático, vertiéndose estanque a estanque formando inmensas caracolas de roca calcárea similares a exóticas flores de origen tropical, de una blancura azulada y de una tremenda belleza.
Los manantiales calientes que brotan constantemente del interior de sus suelos calcáreos son el origen de este prodigio y el motivo primordial del asentamiento aquí de tantas civilizaciones pasadas. En Pamukkale, el agua termal brota a una temperatura constante de 35º, vertiendo un caudal constante de 240 litros por segundo. Esta agua se utiliza para el tratamiento de distintas enfermedades. Pamukkale constituye un escenario natural, en lo alto de un altiplano que domina el fértil valle de Denizli, un mirador formado por centenares de travertinos de todos los tamaños y formas.
A solo 5 kilómetros al norte de Pamukkale, en Karahayit, el agua brota de los manantiales a 38º, extraordinariamente rica en mineral de hierro, una enorme mancha de rojo sobresale en el verde paraje que rodea el manantial. El amanecer y el atardecer son momentos únicos que solo se pueden vivir aquí, el sol cayendo tras las pequeñas cascadas, hacen que este lugar sea un verdadero paraíso.
Son cientos de personas las que allí se concentran, algunas para sanar, otras para disfrutar de las vistas y otras simplemente de paso, y esto convierte a Pamukkale en un destino muy concurrido. Cuando nos acercamos a Pamukkale, el brillo de los travertinos en las laderas, nos hacen comprobar que es un rincón único en el mundo. Sentir los travertinos duros, rugosos y a la vez cálidos en los piés durante varios minutos mientras subes y bajas la colina es una experiencia sorprendente, relajante y excitante a la vez. Todo el mundo que entra al Castillo de Algodón tiene que hacerlo obligatoriamente descalzo para preservar esta joya de la naturaleza, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1988.
En este mismo enclave, tenemos que visitar las ruinas de Hierápolis. Se trata de una villa de reposo fundada en el año 190 a.c por Eumenes II rey de Pérgamo. Próspero bajo los romanos y se hizo rica con Bizancio. Esta villa termal, a la que se venía a recuperar la salud, se convirtió en una necrópolis, un inmenso cementerio. En ésta se encuentra un gran teatro, después de pasar por una iglesia bizantina y un templo de Apolo. Aquí también fue martirizado el Apostol Felipe y tiene su tumba en lo alto de la ciudad.
Este lugar es ideal para pasar, al menos, un día entero; el paisaje es fabuloso, las aguas cálidas y deliciosas, todo tipo de alojamiento y unas maravillosas ruinas para visitar, y si aún tenemos suerte, podemos disfrutar de alguna representación en el teatro.
Impresionante... Un recuerdo que no se borrará del viaje a Turquía.
ResponderEliminarIrreal el lugar, como se puede apreciar en las fotografías, pero más impactantes todavía las ruinas que el viajero o turista, descubre al llegar a la cima de esa montaña de algodón. No cuesta trabajo imaginar la vida de aquella ciudad romana tan estratégicamente situada...Cierras los ojos y....
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